lunes, 9 de julio de 2007

EL DERECHO A LA INTIMIDAD, A LA HONRA, A LA DIGNIDAD Y AL BUEN NOMBRE


(III parte)

Cuando hablamos de derechos hablamos de la facultad que un individuo tiene para actuar de determinada manera frente a la obligación que tienen otros de actuar de cierto modo para con nosotros u otra persona en particular. Frente al Estado somos “derecho habientes”, es decir el Estado se convierte en el agente dispuesto y supuesto a satisfacer nuestros derechos consagrados en la Constitución, muchos de los cuales allí integrados están como reconocimiento a los consagrados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Naciones Unidas.

Si estamos de acuerdo con una visión de la ética comprendida como el arte de vivir bien, y que ello supone reconocer el derecho a coexistir de los demás, estaremos de acuerdo entonces en que los derechos de las personas deben constituir una preocupación principal de quienes mayor conocimiento sobre los temas del diario vivir tienen; y que, son, por estar íntimamente ligados a ello en razón de su profesión, los periodistas, quienes 'in solidum' trasladan esa responsabilidad a los medios de comunicación para los cuales laboran, siendo entonces en consecuencia, los medios, las fuentes de la que emanan el conocimiento sobre los derechos y deberes de la sociedad.

Los medios de comunicación en la actualidad poseen un poder tecnológico extraordinario que les permite llegar al momento al lugar de los sucesos y ponerlo a disposición de la audiencia casi instantáneamente, y a veces la misma tecnología les permite llegar inclusive a lo más oculto y escondido, por lo que no es nada raro que ocasionalmente puedan hacer público lo que muchas veces es privado, encontrándose en el terreno separado por una delgada línea que al atravesarla, convierten al derecho a la intimidad y a la propia imagen (léase dignidad) como los derechos más amenazados por la libertad de expresión. Por lo que bien podríamos considerar como un conflicto entre libertades, a la libertad del individuo a ser soberano en su ámbito privado, contra la libertad del medio a revelar lo que ocurre en ese ámbito cuando los medios lo juzgan como de interés general; mejor ejemplo de ello, el caso de la difusión del ilegítimo video de la aprehensión del conocido periodista de esta ciudad, a quien la improvisada camarógrafa no contenta solo con filmar indebidamente al periodista desnudo, lo insulta y denigra en su personalidad.

La distinguida periodista y Doctora en Ciencias de la Educación Nila Velásquez Coello, en el apartado de su ensayo titulado Ética, Comunicación y Periodismo, con el cual colabora en la obra titulada, “Ética para todos”, editorial planeta 2004, pp., 46 nos dice que: los Colombianos Javier Darío Restrepo y María Teresa Herrán, estudiaron 68 códigos de ética profesional del periodista, de distintos países y continentes, y que concluyeron que hay un consenso universal, no solamente sobre la necesidad de atenerse a ciertas normas éticas, sino también “que existen normas universalmente aceptadas por lo profesionales del periodismo”. Entre los valores éticos coincidentes a los que se refieren Restrepo y Herrán, aparecen la veracidad, el secreto profesional, el rechazo a las ventajas personales y al plagio, la independencia, la solidaridad gremial, el respeto a la fama (léase buen nombre) y a la intimidad ajenas; la responsabilidad, la necesidad de una información comprobada y completa, la obligación de rectificar y el derecho a la réplica y el servicio a la comunidad.

Para el caso mencionado del sainete montado en la detención del periodista local, habría que preguntarse si desde el punto de vista ético, ¿es aceptable que la televisión obtenga y divulgue la información conseguida con base a un evidente afán de hacer daño y a una indebida actuación de quien hace el video? ¿Cómo creer que quien obtuvo la información en base a un engaño me está diciendo la verdad?. No es solo actuar de buena fe, pues la buena fe en el periodismo como en otras profesiones exige honestidad intelectual y respeto a la audiencia. Aquí, equivocadamente, se piensa que ignorancia es sinónimo de torpeza, y, que, la viveza criolla podrá con la intuición del pueblo, entonces no hay más ciego que el que no quiere ver. Aun estamos a tiempo de rectificar.

Dr. Eduardo Caamaño Vega
mailto:worldbec@hotmail.com

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