martes, 10 de julio de 2007

De Farisaismos, caudillismos, autoritarismos y otros ismos en tarde de toros!

Al comenzar la redacción del presente artículo me pregunto si me estaré metiendo en camisa de once varas, como si la sola tendencia sustantiva que posee el epígrafe con el que he decidido bautizarlo no es ya suficiente material de análisis por las connotaciones individuales de cada sustantivo que lo conforma, por ello, confieso mi temor de poder conjugarlos comprensiblemente con la realidad que atravesamos los siempre anhelantes y simples mortales moradores de este panorámico, subyugante y contrapuesto país; así que, sin más, plantado en el medio, como torero a porta gayola, paso a explicar mis razones para escribirlo en circunstancias que los astados, a los que ineludiblemente aludiré, están 'afeitados de cornamenta, fieros y amañados', no toleran críticas y además cuentan con el favor de la autoridad de plaza que son ellos mismos.

Muchos de nosotros en nuestras sociedades solemos aplicar el término fariseo cuando la conducta de alguien no es la que debería reflejar ante los demás. Este término es netamente bíblico pero lo comprendemos mal y por ende, lo utilizamos mal, pues 'el fariseo' tal como aparece en los Evangelios, no solamente desprecia a los otros, sino que además es un hipócrita. Y es esta la razón de porque utilizamos el término en sinonimia de cómo queremos describir a quienes con doble discurso presentando la doble careta como diría el pueblo llano, han sabido aprovecharse del favor popular en su propio beneficio, utilizando como trampolín que les catapulte a las altas esferas de poder, la poca capacidad de los electores para elegir, de modo que, aupados luego en los fugaces vapores donde se fraguan los mayores tratos destilados de vil metal, con quemeimportismo miran de lejos a sus electores sin importarles su suerte, abandonándolos en la oscuridad del desconocimiento y la desdicha porque es de donde se nutre su razón de ser y su esencia de oportunistas y demagogos. A estos inefables personajes los llamaremos más familiarmente como los fariseos de la política, y son sus incongruentes acciones, mostradas antes y después de haber pedido el favor popular, los farisaísmos con los que han respondido al pueblo elector, pueblo caudillista que sigue pintando del color equivocado a la esperanza de vivir en bienestar y desarrollo sostenido.

Caudillismo es la necesidad del pueblo de nuevos “líderes carismáticos” cuya forma de llegar al poder y llevar el gobierno está basado en el endiosamiento de su persona, al hacer creer a la población que el 'caudillo' podría llegar a solucionar todos los problemas existentes.

El poder de los caudillos se basa en el apoyo de fracciones importantes de las masas populares, muchas de las cuales por medio de la violencia se constituyen en la herramienta del abuso y del autoritarismo para gobernar.

Este apoyo popular, la historia reciente ha demostrado que se vuelve en contra de los caudillos cuando las esperanzas puestas en ellos se han visto frustradas, volcando entonces el pueblo sus nuevas esperanzas en la creación y seguimiento a otro caudillo que lo logre convencer de su capacidad de mejorar el país, creándose entonces un círculo vicioso que arrastramos desde el nacimiento de la República, y que solo podrá ser roto y convertido en virtuoso cuando sepamos con madurez y responsabilidad cumplir con la obligación básica de darle al pueblo educación, salud y trabajo, para lo cual es necesario abrirse al mundo y no cerrarse autísticamente o mejor dicho autárquicamente.

Las prácticas abusivas que vemos cada día, y que son impuestas por el uso de la fuerza, han quedado como una mala herencia de la génesis caudillista de nuestra república. El caudillo siempre ha buscado gloria y poder, y con obras de oropel y acciones sensacionalistas intenta ganarse la simpatía de la población, desprestigiando al máximo las prácticas democráticas anteriores, desacreditando constituciones legalmente establecidas para inspirar otras a su conveniencia y, especialmente desacreditando a sus antagonistas u opositores, de modo que con una base de respaldo popular pueda reorganizar el gobierno y el Estado a su antojo.

Nuestro país es una de las repúblicas que se constituyeron sobre una base inconsistente, sobre un Estado embrionario, desorganizado económicamente, caótico en el orden político y sin planes de gobierno que sigan disciplina y orden – malas prácticas que siguen hasta nuestros días-. Por esta razón, la democracia no es totalmente efectiva y se realiza un uso inadecuado de las conquistas del liberalismo, en vez de un correcto uso de la libertad.

La inestabilidad política actual es consecuencia de cómo fue organizado el Estado, al nacer a la vida republicana sin base oriunda, identidad, o peor representación propia; tanto así que los ecuatorianos nacimos a la vida republicana con presidente venezolano, -dicen que la historia es una constante repetición de hechos, pero en este país se repiten con ligeros matices- y desde entonces, ocupados entre disputas caudillistas hemos ido forjando nuestra historia con rebabas de escoria de una forja que no ha sido impoluta ni ha dado el material resiliente a los vicios del poder y de la vanidad, hemos obtenido apenas ídolos de barro.

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